Evolución - Por Luiz de Mattos

La evolución es el principio fundamental de la vida en el Universo. En ella reside la base del entendimiento de todo cuanto pasa dentro y fuera del alcance visual humano. No hay explicación lógica ni racional para la existencia si la evolución no es debidamente considerada. La evolución estará siempre presente, siempre viva, siempre actuante en todas las manifestaciones de la vida, desde que ésta comienza a despuntar.
La evolución se hace sentir en todo en la Tierra: en la semilla que brota para transformarse en una flor; en el árbol que se agiganta y fructifica en la trayectoria  de un ciclo; en el ser que se perfecciona frecuentando la escuela; en el desarrollo de las artes, las letras, las ciencias, de las actividades sociales y/o productivas.

El ser humano surgió en este mundo como resultado de la acción constructiva del principio inteligente en los diversos dominios de la naturaleza. Esa marcha evolutiva prosigue sin interrupción o alteración. Los espíritus que ahora inician su progreso en cuerpo humano encuentran en la actualidad condiciones más favorables al desarrollo mental.

Una cosa, por ende, es segura: la evolución tiene que ser operada, a cualquier costo. Así lo determinan las leyes naturales e inmutables que rigen el Universo. Y esas leyes evolutivas son indiferentes a la pretensión de los que piensan poder eludirlas o anularlas.


La sucesión de existencias o multiplicidad de vidas corpóreas de una individualidad conciente, el espíritu, denominada reencarnación, es condición esencial a su progreso. Debe, por eso, la persona imprimir una orientación superior a la vida, para acortar el proceso de su evolución, esforzándose por ser trabajadora y progresista, teniendo siempre la atención dirigida para el perfeccionamiento de la propia personalidad.

La historia de la humanidad está señalada por innumerables marcos indicativos de su larga, de su inmensa trayectoria evolutiva. Y, porque es imposible recorrer todo ese extenso camino en una sola existencia física, muchos se niegan a admitir la evolución, para no verse forzados a reconocer la reencarnación como el elemento por el cual ella se procesa. Bastaría que reflexionasen, para comprender que ninguna oposición seria puede ser hecha a las leyes evolutivas. Sin ellas todas las personas permanecerían en el mismo grado de espiritualidad.

La idea de evolución, aplicada al vasto dominio de la espiritualidad, coordina y amplía nuestra concepción del Universo, dando significado a los diversos fenómenos de la vida.

Al iniciarse el proceso evolutivo, cada partícula de la Inteligencia Universal cuenta con las mismas posibilidades, los mismos recursos, se encuentra en idénticas condiciones y posee iguales valores latentes.

Por eso, se desarrolla en la misma proporción hasta alcanzar la condición de espíritu, que es cuando pasa a poseer cuerpo humano, y así a disponer del libre albedrío, para conducirse por su cuenta y riesgo.

El mal uso del libre albedrío retarda la evolución espiritual. Luego, las personas que usaren mejor el libre albedrío – es evidente – conseguirán evolucionar más que otras menos cuidadosas, en el mismo número de encarnaciones.

El observador que quisiere “ver” tiene delante de los ojos el cuadro de la evolución del espíritu en la vida terrena. No existen dos individuos iguales, aunque los haya semejantes. Cada uno está promoviendo su progreso a su modo y a su esfuerzo, de acuerdo con el procedimiento que ha adoptado en el transcurso de las existencias pasadas, en un periodo de miles de años.

Ahí está una de las razones que explican la gran heterogeneidad de mentalidades, disparidad de sentimientos y divergencias de conceptos que se observan en los pueblos. Es que el número de existencias vividas varía en cada individuo, como también varía el aprovechamiento que cada uno logró, así como el esfuerzo realizado. Puede haber quien haya perdido doscientas venidas a la Tierra como consecuencia de vidas y más vidas desordenadas, y, quien  en igual periodo, haya perdido, apenas, veinte. Éste, sin duda, está mucho más evolucionado que aquel.

La evolución espiritual es, por lo tanto, resultado del esfuerzo, de la voluntad y de las aspiraciones de progresar.

Asimismo toda persona está sujeta a las contingencias de la vida terrena, algunas de las cuales escapan enteramente a su voluntad, como las epidemias, las calamidades públicas, los cataclismos geológicos. De ahí la necesidad de encarar con simpatía y elevación de sentimientos al semejante que se encuentre en situación desfavorable en cualquier región del planeta, pues toda la humanidad constituye una única familia habitando, pasajeramente, este mundo, para realizar su progreso espiritual. Humanización debe ser el lema común; cooperación y confraternización representan los elementos capaces de destruir la animosidad entre las personas.

Por más agitadas que sean las conturbaciones terrenas, corresponde al ser humano pensar con elevación y proceder con benevolencia. En la escuela, no se puede recriminar al alumno de primer año por no saber tanto como el de quinto. De igual forma, los que evolucionan en este mundo escuela, la Tierra, por pertenecer a la más variada graduación espiritual, accionan según  corresponda a su grado de evolución y no van más allá de sus posibilidades.

Racionalismo Cristiano
Se engañan, entonces, los que se juzgan perfectos en materia de espiritualidad. De nada vale cerrar los ojos a la realidad espiritual, porque a costo de nuevas experiencias, de prolongadas meditaciones, de estudio, de trabajo, de sufrimientos derivados de las luchas que todos emprenden en la Tierra, tendrán que conquistar los grados de espiritualidad que les faltare para alcanzar el conocimiento de esa realidad, con la fuerza de convicción resultante de la evidencia de los hechos.

Espiritualidad e intelectualidad son atributos diferentes que la persona perfecciona independientemente, pudiendo avanzar más en el desarrollo de uno que del otro, en el curso de cada existencia. Indispensables, ambos, a la evolución del espíritu, tendrán que ser alcanzados con esfuerzo y determinación. El crecimiento espiritual obedece, como el intelectual, a una complejidad de aptitudes, de conocimientos, de experiencias que el espíritu obtiene cumpliendo fases de un proceso evolutivo, en el cual se incluyen las múltiples encarnaciones en diferentes lugares.

Todos saben que los pueblos difieren unos de otros. Esa diferencia es más acentuada, aún, de país para país, donde se verifican hábitos, costumbres, tendencias, gustos, inclinaciones y temperamentos muy desiguales.

En cada uno de esos agrupamientos humanos, el espíritu cuenta con determinadas condiciones para desarrollar facultades que, confrontando con el desarrollo ya adquirido por otros, siente que están atrasados. Ninguna persona posee solamente defectos o cualidades. Ambos son características que hacen parte de su personalidad moral. La lucha que emprende tiene por fin reducir las imperfecciones y aumentar las virtudes, desde que comienza a despertar para el lado evolutivo de la vida. Así como la suma de individuos representa un pueblo, su formación moral indica el resultado parcelado de las cualidades y defectos de ese mismo agrupamiento social. Por ser así, es que cada uno da su mayor o menor contribución  para la variación del nivel moral del pueblo en cuyo medio deliberó evolucionar.

Por lo tanto, quien hace evolucionar al planeta son sus habitantes. En los albores de la civilización, ellos poseían un grado de evolución muy  por debajo del actual. El conocimiento y comprensión de las cosas son frutos de la evolución del espíritu, y, parte de la humanidad ya considera la vida bajo un aspecto que se aproxima, cada vez más, de la espiritualidad.
Es lamentable que el ser humano transforme el extenso camino de la evolución espiritual en un estrecho, áspero y sinuoso camino repleto de obstáculos difíciles de transponer. Tendrá que comprender, tarde o temprano, que la humanidad camina en la misma dirección y para alcanzar idéntico fin – el perfeccionamiento espiritual -, solamente alcanzable por el esfuerzo propio bien orientado, por el trabajo individual disciplinado y por la conquista del saber a costo de intensa y permanente actividad.

Siendo así, es necesario ser conciente y aprender a confiar en sí mismo, seguro de que son inmensos los recursos que posee para llevar a buen término cada existencia física. Con ese pensamiento quedará sincronizado con la corriente de la evolución, por la que hará su ascensión espiritual, sin grandes tropiezos y sin mayores sacrificios.

Evolución
Traducido al español por Adelina González