Libre Albedrío - Por Luiz de Mattos

El libre albedrío es una facultad espiritual controlada por la voluntad y orientada por el raciocinio. Cuanto mayor fuere el poder de raciocinar, más fácil se torna el gobierno del libre albedrío.

Libre albedrío quiere decir libertad plena de acción, tanto para el bien como para el mal.

Practican el bien las personas que trabajan para el perfeccionamiento de hábitos y costumbres, promoviendo su evolución. Las que, por acciones o pensamientos, hacen retardar esa evolución, inciden en el mal que acabará, tarde o temprano, por alcanzarlas, con mayor o menor dureza.

La facultad del libre albedrío comienza a despuntar cuando la partícula inteligente asciende a la fase evolutiva que le da condiciones para encarnar en cuerpo humano. En esa fase, como es comprensible, el conocimiento sobre el proceso de la evolución es incipiente. La persona, sin embargo, ya posee conciencia del bien y del mal.


El mal uso del libre albedrío resulta de la corta capacidad de raciocinar, de la adquisición de vicios y malas costumbres y del cultivo de sentimientos inferiores.


Bajo la influencia de esas perniciosas adquisiciones, enemigas de la salud y de la evolución espiritual, la persona queda saturada de vibraciones inferiores que la hacen perder el respecto por sí misma, llevándola a cometer actitudes reprobables. Todo mal aumenta de volumen cuando practicado concientemente, y quien así procede tendrá, sin ninguna duda, un triste y doloroso despertar.

Usar el libre albedrío como instrumento contra el semejante, servirse de él para injuriar, intrigar, despreciar, calumniar y desmoralizar al prójimo constituye error de máxima reprobación.

Escapan los seres, en cuanto pueden, de la justicia terrena, que tantas y tantas veces yerra en la apreciación de los hechos, pero, jamás escaparán a las sanciones espirituales que los harán recoger, en el debido tiempo, el fruto de las semillas que hubieren sembrado en la Tierra.

No es un tribunal astral, como se podrá imaginar, que va imponer la justicia espiritual al infractor. Es el propio espíritu desencarnado que se somete a ella voluntariamente, en el momento en que – en el mundo espiritual a que pertenece, libre de todas las influencias de este planeta – procede  en minucioso examen de sus actos, en que ni uno sólo escapa a su apreciación y a su juzgamiento. El remordimiento, en esa ocasión, le quema la conciencia, como si sobre ella hubiese sido puesto un hierro candente. Dominado por el arrepentimiento, el espíritu anhela una nueva encarnación, dispuesto a dar lo máximo de sí para recuperar, lo más rápido posible, el tiempo que perdió en la Tierra. Es la quemadura de alto grado producida por el arrepentimiento de la lucha íntima entre la constatación del mal practicado y la conciencia del deber no cumplido, que hace trabajar el raciocinio, ejercitándolo y desarrollándolo.

La perversidad es una demostración inequívoca de la falta de esclarecimiento espiritual. Ella significa que el espíritu aún no está convenientemente pulido, y torna claro que sus vibraciones son idénticas a las de camadas espirituales de ínfimo desarrollo del sentido humanitario. El libre albedrío de la persona, en tales circunstancias, refleja desacierto de la orientación, del estado evolutivo del propio espíritu.

A medida que crece la intensidad de vibración del espíritu, va disminuyendo la posibilidad de dejarse inducir por las corrientes vibratorias de inferior especie y de practicar acciones que la conciencia reprueba.

Por lo tanto, el espíritu vibra con la intensidad correspondiente a su grado de progreso. Cuanto mayor fuere esa intensidad, más acentuado es el conocimiento de la vida, más evidente el poder de acción espiritual, más seguro el control de los actos humanos y más perfeccionado el uso del libre albedrío.

La evolución – nunca está demás repetir – está regida por leyes naturales que jamás se alteran en el tiempo y en el espacio. A sus normas imperativas nadie puede esquivarlas. Esas leyes colocan a todos en el mismo riguroso nivel de igualdad en lo referente a los medios de que cada cual dispone para hacer uso, con toda libertad, del patrimonio espiritual que fuere conquistando, de manera más rápida o más lenta, conforme la dirección que haya dado a su libre albedrío.

La evolución puede ser retardada por indolencia, displicencia o negligencia del ser humano. Esa situación de indiferencia, de relajamiento y abandono de los deberes que la vida impone es muchas veces atribuida a la supuesta predestinación o al yugo del destino inexorable y cruel, contra los cuales muchas personas piensan que sería inútil luchar. Ese modo infundado de encarar cosas tan serias casi siempre resulta en daños morales y/o materiales. El ser humano tiene suficiente poder para cambiar, en cualquier momento, los rumbos de la vida, manejando, correctamente, el libre albedrío. Es él, el artífice de su futuro bueno o malo, del triunfo o del fracaso.

La persona espiritualmente esclarecida prepara hoy el día de mañana. Eso significa que el futuro será el que estuviere siendo proyectado y trabajado en el presente. Como hay mucho que hacer, le cumple estar siempre atento a los deberes, procurando utilizar el libre albedrío en acciones que preserven su futuro de consecuencias perjudiciales y le faciliten la jornada.


El dolor moral – acompañado de desorientación – produce vibraciones susceptibles de atraer y retener influencias y fluidos deletéreos. No obstante, desde que la persona posea algún conocimiento de la vida y perciba las asociaciones existentes entre el cuerpo y el espíritu – sin perder de vista la precariedad y transitoriedad de los valores terrenos – comprenderá la necesidad de oponer reacción inmediata al sufrimiento, para no dejarse dominar por él, así como los pensamientos de debilidad que podrán conducirla a la depresión espiritual, causa de tantos trastornos síquicos y males físicos.

A nadie le es solicitado más de lo que puede dar. El buen uso del libre albedrío está dentro de la capacidad de cada uno. ¿Por qué entonces, cometer errores que hacen de la vida un tormento? ¿Por qué tantos se dejan absorber por las bulliciosas emociones relacionadas a un vivir materializado, tan precario como engañador?

Es, pues, de máximo interés humano el conocimiento de la responsabilidad que cada ser tiene en el gobierno de su facultad de arbitrar. Esa responsabilidad hace parte integrante de la vida, siendo por eso irrecusable e intransferible. Es inútil negarla, como es inútil intentar escapar de sus consecuencias. El perdón para crímenes, fraudes y corrupciones no tiene ningún sentido en la vida espiritual.

Lo que se impone, por encima de todo, es la necesidad imperiosa e improrrogable que cada persona enfrente con determinación, coraje y valor los problemas y las responsabilidades de la vida.

El error debe ser reconocido para poder ser evitado. Son incalculables los males resultantes del desconocimiento de lo que representa el libre albedrío en la existencia humana, pues, con esa facultad bien conducida, no habría tantas encarnaciones mal aprovechadas.

Gran parte de la humanidad poco sabe del libre albedrío. Muchas personas creen que la vida se limita a un único pasaje por este planeta y por eso accionan de manera incoherente, lo que contribuye para la pérdida de oportunidades preciosas que este mundo escuela ofrece para la evolución espiritual.


¿Cuándo se decidirá la humanidad a despertar para la realidad de la vida?
¿Cuándo se sentirá con fuerzas para romper los eslabones de anticuadas corrientes de pensamiento que dificultan el progreso espiritual?

Sin duda que: es extensa la jornada del espíritu en las sucesivas etapas por la Tierra. Todas ellas, sin embargo, podrán ser superadas sin repeticiones, si los principios racionalistas cristianos fueren rigurosamente observados, y de ellos el buen uso del libre albedrío  es parte destacada.

Libre Albedrío
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González