Obsesión - Por Luiz de Mattos

La obsesión es uno de los males que más sufre la humanidad, el peligro mayor está precisamente en no ser percibida, en sus diversos aspectos, por la falta de conocimiento sobre las actividades de los espíritus en los diversos planos astrales, sobre las facultades mediúmnicas y otros asuntos relacionados a los principios espiritualistas que el Racionalismo Cristiano difunde.

La obsesión puede presentarse de forma sutil, amena, periódica, permanente, suave o violenta. En la forma sutil y amena, se manifiesta por manías, pavores, exquisiteces, fobias, tics, extravagancias, pasiones, fanatismos, cobardía, indolencia y por todos los excesos, como los sexuales, los de comer, los de reír o de llorar, y muchos otros.

En el Capítulo 10 de este libro, titulado “Mediumnidad y médiums – fenómenos físicos y síquicos”, vimos como accionan los espíritus obsesores sobre las personas que los atraen con pensamientos afines. A pesar de toda la acción deletérea que espíritus del astral inferior ejercen sobre la humanidad, forzoso es reconocer que la culpa de la obsesión cabe, en gran parte, a las propias víctimas, por haber alimentado pensamientos y practicado acciones, cuando sanas, con  que formaron las corrientes de atracción en que se apoyaron los obsesores.

Pensamientos de perversidad, de venganza, de odio y otros semejantes vibran en todas las direcciones en la atmósfera fluídica de la Tierra, estableciendo inmediato contacto entre quien los emite y los espíritus obsesores. Los hechos de lo cotidiano eso confirman.


Las bajas camadas del astral inferior están ligadas, por estrecha afinidad, a las personas mal humoradas, a las vengativas, envidiosas, irritadas y deshonestas, así como a aquellas que alimentan debilidades y vicios. Esas personas, aún mismo cuando no aparentan estar obsesionadas, crean un clima profundamente dañino a sí mismas, a los miembros de la familia y a aquellos con quienes conviven, forzados, unos y otros, a participar del mismo ambiente, sin los esclarecimientos capaces de minimizar los efectos perniciosos de la mala asistencia astral. El resultado es, casi siempre, la perturbación u obsesión, en cualquiera de las formas, suave o violenta.

Ni siempre el espíritu obsesor tiene conciencia del mal que produce. Es también víctima de los errores que practicó cuando encarnado, por el desconocimiento de la vida espiritual. Esa lamentable falta de conocimiento lo hizo prisionero en la atmósfera fluídica de la Tierra, llevado por falsas creencias y persuadido de que nada más existe para los que desencarnan, más allá del ilusorio medio en que pasaron a vivir. Procura, entonces, desenvolver cualquier actividad en ese ambiente, pasando a intuir a los que fueron sus parientes, amigos y conocidos, suponiendo que practica buena acción, o por sentir placer en esa actividad. Tales intuiciones, si son aceptadas, facilitan y estimulan para otras, estableciendo intensa coparticipación de los espíritus del astral inferior con personas que tienen pensamientos afines. Cuando eso sucede, la puerta para la obsesión está abierta.

Los obsesores, siempre que la afinidad fuere intensa, no se apartan de la víctima, por el placer que tienen de permanecer donde se sienten bien. Cuando la obsesión es provocada por espíritus que fueron enemigos del obsesionado en la Tierra, la acción perturbadora es ejercida con mayor violencia contra él, tornándose comunes las crisis furiosas.

En el Capítulo 9 de este libro, titulado “Des-encarnación del espíritu”, vimos que la concepción de la muerte resulta del concepto de la vida completamente equivocado. En verdad, la muerte no existe. El espíritu es imperecedero, no muere. Apenas el cuerpo físico se extingue, cuando ocurre la desencarnación del espíritu. Luego, las personas deben esforzarse por rehacerse, lo más deprisa posible, del choque causado por el fallecimiento de parientes y amigos, para no debilitarse espiritualmente. Dice la sabiduría popular, con justa razón, que “no tiene remedio lo que remediado está”. Es inútil alguien continuar a lamentar una situación pasada, a mortificarse. La preocupación debe estar dirigida para el presente, del cual depende el futuro.

Pensar es atraer. Todos los que se unan por el pensamiento a espíritus desencarnados que permanecen en el astral inferior no sólo los está atrayendo y perturbando, como también retardando su traslado para el mundo de preparación espiritual correspondiente, estimulándolos a permanecer en contacto con las cosas terrenas, inclusive los problemas de la vida familiar, y concurriendo para tornarlos obsesores.

Conviene insistir: los espíritus que llevaron en vida física una existencia irregular, materializada y con muchos errores permanecen en el astral inferior, algunos por mucho tiempo, muchos accionando perversamente contra los seres incautos. Su preocupación es la intuición para el mal. Se sirve, para eso, de personas de voluntad débil, que usan como instrumentos pasivos para la consumación de sus actos. De ahí los homicidios, los suicidios y tantas otras calamidades sociales. Esos espíritus actúan aisladamente o en falanges obsesoras bien adiestradas, para mejor alcanzar sus objetivos. Sus organizaciones poseen vigías atentos, ubicados en varios lugares, prontos para dar la señal en el instante preciso y para promover la convocación de otros obsesores, para la acción en conjunto.

Como la unión hace la fuerza, obtienen, generalmente, resultados satisfactorios sobre los seres desprevenidos y ajenos a sus tramas, ya obsesionándolos, ya llevándolos a cometer acciones desequilibradas, con los sentidos enteramente perturbados.

El esclarecimiento contribuye para que las personas puedan evitar la influencia obsesora y para impedir que fuerzas externas interfieran en su yo interior y sus actos. Los conocedores de la vida espiritual, que tienen conciencia del valor de las poderosas fuerzas que se llaman: voluntad y pensamiento, son capaces de mantener distancia de los obsesores.

Recordamos al lector que son varios los caminos que llevan a la obsesión, perturbación síquica causada por el mal uso del libre albedrío, por la voluntad mal educada, por los desórdenes sexuales, por el descontrol en los actos cotidianos, por el nerviosismo incontenible, por los deseos insuperables, por la ambición desmedida, por el temperamento voluntarioso.

Es oportuno también recordar que, al hacer mal uso del libre albedrío, el ser humano contraría las leyes naturales que sirven de parámetro para un vivir más útil y equilibrado. Esa facultad – libre albedrío – asegura a cada uno el derecho de conducirse por si mismo, con libertad e independencia de acción, como conviene a los seres dotados de raciocinio, pero lo torna responsable por todos los actos que practica.

Con el raciocinio bien ejercitado en la solución de los problemas que constantemente se presentan, teniendo siempre en mente el aspecto honrado de la cuestión, todos pueden mantenerse dentro de las reglas de buena conducta, haciendo, así, uso adecuado del libe albedrío. Los que se alejan de ese camino lo hacen porque quieren, porque se dejaron debilitar, y el debilitamiento da la oportunidad de atracción de espíritus del astral inferior que, en mayor o menor espacio de tiempo, acaban por producir la obsesión.

La voluntad mal educada proviene de la indolencia, de la indiferencia y negligencia para con las cosas serias de la vida. El indolente está siempre a la espera de que otros hagan lo que él mismo debe hacer. No le gusta de horarios y tiene horror a la disciplina. Enemigo del trabajo y del orden, nada hace por el progreso. Está, por eso, situado en el plano de los parásitos. Mientras el mundo exige actividad, dinamismo y acción, el indolente observa lo que pasa, sin voluntad de participar activamente del movimiento que reclama su presencia.

Nadie se puede eximir del deber de trabajar y de procurar en el trabajo la verdadera satisfacción de la vida. El Universo entero es una oficina de trabajo permanente, en que todos deben ser operarios activos y diligentes. Los que así no proceden quedan colocados espiritualmente en un plano inferior de la vida y, además de perder un precioso tiempo en el proceso de evolución, se asocian a espíritus del astral inferior, con los cuales se envuelven, por fuerza de la ley de atracción.

En los desórdenes sexuales están los gérmenes del materialismo obsesionante, cuyos pilares son la lujuria y otros vicios. Subyugado a ese estado, el ser humano da expansión a sus instintos embrutecidos, dando así acogimiento a los espíritus del astral inferior, sus afines, que concurren para obsesionarlo.

Todos los actos cotidianos precisan ser ejecutados con criterio y honestidad. La organización social obedece a un esquema cuyos lineamientos principales definen la posición que las personas deben adoptar en el intercambio de las relaciones humanas, sin perder de vista el debido respeto a si mismo y al semejante. Para ese fin, es importante tener control en las actitudes, dominio sobre si mismas y el raciocinio en acción. El descontrol en actos y palabras, además de generar ofensas y, muchas veces, arrepentimientos, produce causa de frecuentes resentimientos que demoran pasar y crean antipatías y enemistades.

A los espíritus del astral inferior les gusta aprovecharse de los seres descontrolados e irritables, que no piensan antes de hablar, para divertirse con los efectos de su actuación. Personas descontroladas son, pues, instrumentos del astral inferior y, si no están obsesionadas, caminan para la obsesión.

El nerviosismo descontrolado trae irritación, intolerancia, irreflexión e imprudencia; males que conducen a deplorable estado síquico, por lo que debe ser severamente controlado, por ser el agente de perturbación que más facilita la actuación de espíritus obsesores.

El portador de disturbio emocional generalmente cuida poco de la salud y no se esfuerza por dominar sus ímpetus. El resultado es estar siempre cayendo en las mallas insidiosas del astral inferior, siguiendo el camino desastroso de la obsesión.

Deseos insuperables son aspiraciones inalcanzables. Hay individuos de ambición desmedida que nunca se contentan con lo que poseen. Siempre quejumbrosos, creen que merecen más, viviendo en permanente estado de insatisfacción.

Es perfectamente racional, y hasta elogiable, que cada uno procure mejorar las condiciones de vida y no ahorre esfuerzos para alcanzar esa mejoría. Eso no se consigue con desánimo y lamentaciones, que sólo sirven para agravar las situaciones difíciles y debilitar las energías espirituales.

La ambición sin límites, asociada a la revuelta íntima, produce mal humor, del cual se aprovechan espíritus del astral inferior para actuar sobre los revoltosos, insuflándoles en la mente los más sombríos pensamientos, capaces de llevarlos a la obsesión y, por vía de ellas a otros males.

La Ley de Atracción es inexorable y a ella todos están sujetos. El ser humano precisa compenetrarse de que las cosas pertenecientes a la Tierra son efímeras. La esclavización a los valores materiales, tan fácilmente perecederas, además de atrasar la evolución espiritual, ha causado muchos y muchos sufrimientos.

La ambición moderada es natural; la desenfrenada, una forma de obsesión, en que el egoísmo y la egolatría influyen decisivamente. Los ambiciosos descomedidos no miran los medios para obtener los fines: lesionan, usurpan y monopolizan. Los domina la idea obsesiva de la ganancia rápida, mismo a través de maniobras extorsivas. Para esos, no existen contemplaciones ni medios términos. La determinación es avanzar. Planifican golpes osados, no importándoles herir los preceptos de moral y honradez. El mundo está lleno de ellos. Están divididos en dos grandes bloques: uno, en la Tierra, de personas actuando con enorme desembarazo y astucia, y otro, igualmente activo y astucioso, en el astral inferior, compuesto de espíritus que procedían, en este mundo, como proceden diariamente sus actuales pares encarnados. Los dos bloques, íntimamente asociados, gozan de la misma voluptuosidad que retroalimenta la atracción obsesionante.

El temperamento voluntarioso refleja la personalidad egocéntrica de los que entienden que la razón está exclusivamente de su lado, y de los que quieren imponer a los otros sus propias ideas. Esos individuos están frecuentemente en choque con los demás, y nada es más divertido para los espíritus del astral inferior de que asistir a los enfrentamientos humanos. Eso instiga a los obsesores y como siempre están a la espera del momento propicio que les permita la actuación, el individuo voluntarioso vive marcado por ellos. A cada momento perciben la oportunidad de armar un conflicto que, en la falta de otra ocupación, ésta les resulta absorbente.

El voluntarioso se irrita fácilmente cuando el punto de vista ajeno no coincide con el suyo, tornándose un fomentador de contrariedades. No es necesario destacar esa forma de obsesión, que además de ser muy común, lo que representa para los seres humanos. Traicioneramente, ella va penetrando, con lentitud, en el subconsciente, hasta tomar cuenta de la persona. Ésta, no percibe del envolvimiento de que está siendo víctima, no reacciona, no se opone, no da importancia al mal que, por fuerza del hábito, acaba por tornarse agradable, facilitando el dominio de los obsesores, que pasan a ser más actuantes, más violentos y difíciles de alejar.

Todo cuidado es poco, y solamente el conocimiento de cómo se procesa la evolución espiritual asegura al individuo las condiciones y los medios de defenderse de la obsesión.

Las atracciones apasionantes son las más peligrosas, por el placer e impulso provocativo con que instigan a las víctimas para caer en sus sutiles redes. Hasta los esclarecidos primarios ruedan, en ciertas ocasiones, por ese abismo.

Existen momentos en la vida en que los embates morales, algunos de gran intensidad, sacuden despiadadamente al alma humana. Cuando ésta se apoya en el conocimiento espiritual, no le faltarán fuerzas para reaccionar y dominar la situación. Ese conocimiento es su escudo más fuerte, porque, cuando bien manejado, lleva siempre al triunfo. Por eso nadie debe dejarse abatir.

Muchas veces, el fallecimiento de un ser querido, hecho natural en la vida, conduce al ser al inconformismo, a la aflicción y a la desesperación. Con eso, el espíritu desencarnado, inconciente de su estado, se aflige, sufre, procura intuir al encarnado para calmarlo y, como no lo consigue, acaba por tornarse obsesor, perturbando y llevando a la obsesión al intuido.

El mejor procedimiento de las personas que quedan para con las que parten es elevar el pensamiento a las Fuerzas Superiores, con firmeza y convicción, envolviendo sus espíritus en la ternura y en el calor de la irradiación amiga, para auxiliarlos a traspasar la atmósfera fluídica de la Tierra y seguir para sus mundos de preparación espiritual a que correspondan.

Parte de la humanidad es víctima de la obsesión, por ignorar  los recursos que tienen a su alcance para evitarla o librarse de ella. En razón de ese desconocimiento, se empeña el Racionalismo Cristiano en ofrecer al lector un itinerario seguro para una vida sana y evolutiva.

Algunos síntomas, cuando ocurren con frecuencia, pueden indicar un estado inicial de obsesión:

1. reírse sin motivo o en pretexto de cosas triviales;
2. llorar sin razón;
3. comer exageradamente;
4. estar siempre con sueño;
5. sentir placer en la ociosidad;
6. tener ideas fijas;
7. exteriorizar manías;
8. gesticular y hablar solito;
9. oír y ver cosas fantásticas;
10. vivir en un mundo distante, soñadoramente;
11. demostrar fanatismo;
12. dejarse dominar por pasiones;
13. tener explosiones temperamentales;
14. tener prevenciones injustificadas;
15. tener tics;
16. repetir, mecánicamente, las mismas expresiones;
17. expresarse licenciosamente;
18. usar palabrotas;
19. mistificar, engañar;
20. decir mentiras;
21. revelar cobardía;
22. adoptar prácticas viciosas;
23. gustar de ostentación;
24. gastar por encima de lo que puede;
25. provocar o alimentar discusiones;
26. ser implicante;
27. ser inoportuno;
28. molestar al prójimo;
29. ser malhumorado;
30. hacerse el tonto gracioso;
31. descuidarse de las obligaciones en el trabajo; y
32. eximirse de los deberes familiares.

Cualquiera de esas actitudes predispone a la obsesión, mismo que no constituya un estado de anomalía mental.
Racionalismo Cristiano

No está demás insistir en este punto: el lenguaje de los espíritus desencarnados es el pensamiento. Por el pensamiento, se identifican los sentimientos de las personas, sus intenciones y tendencias, y de eso se prevalecen los obsesores para estimular, por la intuición, los vicios y las debilidades humanas. Así siendo, por higiene mental, no se deben ligar mentalmente a intrigantes, calumniadores, desafectos y a seres de malos sentimientos en general. Pensar en ellos es ligarse a su mala asistencia espiritual, recibir influencias malignas y correr el riesgo de avasallamiento.

Obsesion
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González