Familia y educación de los hijos - Por Luiz de Mattos

Las sociedades bien constituidas tienen como base la familia. Cuando las familias se distinguen por el cultivo de las superiores cualidades del espíritu, su contribución es óptima para elevar los índices de perfeccionamiento de las colectividades.

Racionalismo Cristiano
Así como la fuerza de cohesión mantiene unidas las células del cuerpo humano, también las familias necesitan ligarse unas a otras como células de un todo, y componer  una sociedad homogénea, progresista y pacífica, inclinada al desarrollo de las más significativas virtudes. Esa unión sólo podrá resultar de la afinidad de sentimientos elevados, de las nobles aspiraciones alimentadas, de la solidaridad en los actos de perfeccionamiento y en la conjugación de los esfuerzos empleados en beneficios de todos. Cuanto mayor fuere el número de núcleos familiares a desarrollar entre sí esa armonía, tanto más elevados serán los índices de moralidad y honradez en el medio ambiente.

El comportamiento de la colectividad, reflejando el estado de la mayoría de sus componentes, representa el nivel medio de perfeccionamiento de un pueblo, revelando su capacidad productiva y realizadora, tanto en el campo material como en el espiritual. En esas condiciones, crece de importancia la constitución de la familia, a través del verdadero entrelazamiento espiritual y material de los cónyuges para las responsabilidades del hogar y la perpetuación de la especie.

A los que se casan es indispensable la comprensión de que los deberes y derechos de cada cónyuge son iguales y complementarios en la estructuración de la familia. Es en la asociación de intereses dirigidos para el mismo fin, sentidos con inteligencia y realizados con dedicación, que se forman y consolidan los lazos espirituales que unen a la pareja. Entonces, al constituir familia, los cónyuges deben estar decididos a honrarla y a dignificarla. Cometen grave error si, por acción u omisión contribuyen para la ruina del hogar y el desmoronamiento de la familia.

Las colectividades, que conforman las naciones serán grandes y respetadas siempre que los fundamentos de su constitución moral (representados por eslabones espirituales que entrelazan las familias unas a otras) poseyeren una unión suficientemente fuerte para repeler las influencias perturbadoras producidas por las vibraciones de la egolatría, de la corrupción, del sensualismo desenfrenado y de la inmoralidad.

El hogar es el núcleo donde deben ser ejercitadas las virtudes del afecto, lealtad, fidelidad, tolerancia, desprendimiento, renuncia, respeto y de la comunión de sentimientos, es una escuela de perfeccionamiento espiritual y un campo de desarrollo síquico.

Como los errores son fáciles de cometer y difíciles de reparar, se impone, para evitarlos permanente vigilancia.

Entre los cónyuges debe existir absoluta confianza. Para eso, es necesario que actúen siempre con franqueza. No deben practicar ningún acto del cual se preocupen en ocultarlo y del que puedan avergonzarse. Aunque grandes son las responsabilidades que pesan sobre un matrimonio, no son mayores que la de su capacidad de soportarlas.

La vida en el hogar será mucho más feliz si cada cónyuge se hiciere merecedor a la confianza irrestricta y al apoyo moral del otro. La fidelidad y el cumplimiento del deber delante la familia dignifica el carácter y reflejan la conducta trazada en plano espiritual para una existencia. Pensamientos honestos y fuerza de voluntad son recursos poderosos que deben usar para protegerse de las embestidas de espíritus del astral inferior que intentan envolverlos en los fluidos perniciosos de sus corrientes, en cuanto perciben la afinidad de un sentimiento inclinado a la prevaricación.

La mujer y el hombre se complementan en el hogar como dos medidas de compensación, siendo necesario que haya esfuerzo permanente para desempeñar bien su papel. Unidos, cumplirán la ardua y dignificante tarea; distanciados, sembrarán discordia y desentendimiento, y la obra quedará inconclusa. Así, los que se unen por el casamiento tienen el deber de auxiliarse mutuamente, bajo la influencia de las vibraciones armónicas del entendimiento y de comprensión.

Una de las más nobles y elevadas misiones de los padres es la educación de los hijos. En la obra de edificación espiritual de la humanidad desempeña un papel de mayor relevancia, en el cumplimiento del cual precisan esforzarse por orientar a los hijos en los moldes de una conducta moral impregnada de virtudes.

Los niños poseen subconsciente amoldable, que los torna sensibles a recibir la influencia de la orientación que les fuere suministrada –educación que debe ser pautada en los principios de honestidad, de amor al trabajo y a la verdad- para tornarse, en el futuro, buenos ciudadanos.

A los componentes de un hogar jamás deberán faltarles la serenidad y el buen humor, cuyo cultivo es muy necesario. Inconciliable con el pesimismo, el buen humor abre camino al triunfo, ya que desarma los pensamientos derrotistas y los recelos infundados, alejando el nerviosismo. La persona bien humorada refleja alegría en su semblante, confianza en sí misma y dispone de lo esencial para gozar de buena salud.

El hogar exige de sus integrantes desprendimiento y tolerancia, para tener entre ellos armonía y entendimiento, y no se debiliten los lazos de amistad que los deben unir cada vez más sólidamente.

Téngase siempre presente que todos son imperfectos, susceptibles de incurrir en errores. Así siendo, posibles fallas no deben ser encaradas con indignación o revuelta, sino con calma y comprensión, para lo que es necesario dominar el temperamento impulsivo, violento o intempestivo.

El temperamento de la pareja puede diferir del hombre para la mujer, como difiere el de los hijos de unos para con los otros. Esa diferencia es perfectamente comprensible desde que se tomen en cuenta las diversas clases espirituales existentes en los miembros de una misma familia. Una de las grandes virtudes humanas consiste en saber respetar el punto de vista ajeno, y jamás perder el hábito de la cortesía.

Los padres, verdaderamente concientes de los deberes familiares, no son los que se limitan a procrear, sino los que miden y pesan las responsabilidades que deviene de la paternidad, y se preparan para cumplir, de forma conciente, los compromisos que esa condición impone.

La autoridad moral de los padres tiene como fundamento más importante en los actos y los ejemplos de su vida, y esa autoridad será mayor o menor acorde a la franqueza, la sensatez y la honestidad de su procedimiento.

Los hijos, a su vez, necesitan oír los ponderados consejos de los padres, para precaverse contra los riesgos y peligros a que quedarán sujetos en el curso de la vida.

Un viejo y sabio aforismo enseña que nadie puede dar lo que no posee. Para eso, padres y madres necesitan estar preparados para suministrar a los hijos una educación a la altura de las exigencias de la vida espiritual y material.

Los niños poseen un inmenso poder de asimilación, graban en su subconsciente, indeleblemente, lo que ven a los adultos hacer, y procuran imitarlos. Por eso, no es posible disociar el hogar de la escuela, en la que los padres, que son los maestros, están continuamente suministrando a sus alumnos –los hijos- lecciones y ejemplos de disciplina, orden, honradez, dignidad, coraje, lealtad y sinceridad, entre otros valores.

El trabajo de educar se inicia en la cuna. Ya temprano, la criatura comienza a manifestar inclinaciones y tendencias que precisan recibir estímulos cuando buenos, y, corrección educativa, siempre que sean  irrazonables e inconvenientes.

Las responsabilidades del matrimonio son inmensas, exigiendo de la mujer y del marido, para la educación de los hijos, además de vigilancia permanente, todo el valor, sacrificio y espíritu de renuncia de que fueren capaces. Esa educación deberá ocupar el primer plano en el interés de los padres y no deberán nunca prescindir de suministrarla.

Se recomienda que los padres no atemoricen a los hijos con gritos y amenazas, sino que procedan con calma, comprensión y entendimiento para conquistarles la confianza, la amistad y el respeto. En vez del castigo físico – una violencia familiar inaceptable – los padres deberán optar por la supresión de regalías, por determinado espacio de tiempo. La censura delante de extraños es del todo  inconveniente, por humillar al niño y al joven, y herirles la sensibilidad.

Un buen procedimiento educativo consiste en que padre y madre conversen frecuentemente con los hijos, aprovechando esos momentos para comentar las fallas que hayan observado y auxiliarlos a corregirse, indicándoles lo que precisan hacer. Para que haya consenso en esas orientaciones educativas transmitidas a los hijos, los padres deben entenderse previamente a fin de evitar opiniones conflictivas que pueden confundir y desorientar a los educandos.

En el fondo del alma, los hijos, aunque no lo demuestren, son siempre agradecidos a los padres, cuando sienten el interés que ellos tienen por su futuro. Toda acción educativa debe tener como finalidad y fuente de inspiración el deseo sincero de los padres de fortalecer la personalidad y el carácter de los hijos.

El modo de proceder de muchos padres, descargando sobre los hijos la rabia que poseen y haciendo de ellos la válvula de escape de su nerviosismo, mal humor y frustraciones, no es sólo, apenas, una actitud equivocada, sino un comportamiento delictivo, por contribuir para que los hijos los vean como unos necios, pasando a esconder las acciones que antes practicaban en presencia de los padres y tornándose falsos y disimulados, a fin de huir de la reprensión.

Los consejos paternos deben ser suministrados siempre que se hicieren necesarios y oportunos. La vigilancia atenta y permanente, con la finalidad de descubrir las fallas del carácter que fueren siendo reveladas, indicará el momento adecuado.

Falta de respeto, descortesía, desorden, desprolijidad, mentira, intriga, fingimiento, cinismo, maldad, delación, deslealtad, cobardía y vanidad son indicios denunciadores de fallas en el carácter de los niños y jóvenes, exigiendo de los padres una acción cuidadosa, a través de amonestaciones educativas, que deberán ser suministradas con amor e interés, en consideraciones claras, objetivas e incisivas.

En la educación de los hijos debe imperar siempre – y por encima de todo – la sinceridad, la lealtad, la justicia y la verdad. La curiosidad natural de los pequeños debe ser satisfecha, nunca por medio de las mentiras convencionales, siempre desacreditadoras, sino, con explicaciones racionales y convincentes, al alcance del intelecto infantil y juvenil.

En la obra de la naturaleza nada existe de feo o vergonzoso, cuando los límites de las leyes naturales son respetados. A los padres que se dispusieren a raciocinar y a hacer buen uso de la inteligencia, no les faltarán recursos de lenguaje para transmitir a los hijos una idea sana, referente a funciones de la existencia terrena, como las relacionadas con la sexualidad, las infecciones epidémicas, las drogas, el tabaquismo, el alcoholismo y demás vicios.

Los hijos necesitan ser habituados a confiar en los padres para que éstos puedan orientarlos, esclarecerlos y ayudarlos a buscar solución para sus problemas. Esa confianza, sin embargo, dejará de existir, si los progenitores no tuvieren moralidad, decencia, comedimiento, sensatez, brío, coherencia y conducta ejemplar, o sea, si no procedieren como desean que los hijos procedan.

Control y vigilancia discretos son dos prácticas que deben estar siempre presentes en la acción educativa suministrada por los padres. Dime con quien andas y te diré quien eres”, e ahí lo que un viejo proverbio previene. Las malas compañías son siempre perjudiciales, y la tendencia para el mal es una realidad, tanto más que para ella concurren la influencia siempre dañina del astral inferior y los errores acumulados en existencias pasadas.

Son incontables los desvíos que se verifican por influencias de las malas compañías, de las libertades excesivas, del consentir por encima de lo razonable, de las facilidades y concesiones aparentemente inofensivas.

Los hijos deben procurar en el hogar, y no fuera de él, el consejo sano, el ambiente ameno y confortador, el refugio contra las tentaciones y los peligros.

Aunque las transformaciones radicales no sean posibles, ni mismo en la propia convivencia del hogar, en él, pueden ser alcanzadas grandes conquistas para el perfeccionamiento de la personalidad. Cuando eso no pudiese ser conseguido, debido a la rebeldía temperamental de ciertos jóvenes, cualquier mejoramiento deberá ser motivo de regocijo, porque esa conquista, por diminuta que parezca, tiene siempre su valor.

Por corresponder a una acción constructiva cuyos resultados se multiplican de generación en generación, nunca serán demasiados los esfuerzos dispensados por los padres en la educación de los hijos. Esa actitud deberá ser fundamentada invariablemente en esta importante trilogía: trabajo, honradez y disciplina.

Racionalismo Cristiano
La remodelación de la humanidad comienza por la remodelación de las costumbres de la familia. De ahí la necesidad de ser elevados, siempre y siempre, los índices de respetabilidad en los hogares, para que las naciones puedan tener una dirección a la altura de su desarrollo espiritual y de su conciencia moral.

El bienestar y la felicidad de un pueblo fácilmente se valúan por los sentimientos que lo unen al hogar y a la familia.

Familia y educación de los hijos - Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González